El Estado, cualquier Estado moderno, se sostiene
con los impuestos. Sabemos que en Colombia, los principales cinco mil ricos,
son los que menos pagan impuestos.
Son los mayores evasores, no obstante el
Estado los subvenciona con rebajas de impuestos porque sí, porque no. Y sin embargo, lo poco que deben pagar,
entonces lo donan a sus propias fundaciones para robarle el impuesto a la
nación.
Por consiguiente, el Estado, debe al
ciudadano que lo sostiene con los impuestos, la obligación de atender sus
demandas sociales. Las políticas
sociales, o, satisfacción de las necesidades básicas, son obligación del
Estado. Las políticas públicas las obras
y servicios como infraestructura, vías, instalaciones de bienestar etc, deben
ser políticas de Estado, no de gobiernos prodigiosos o de congresistas menesterosos. Y las tan manidas partidas que los
congresistas “sacan” para sus municipios, no son obra del bolsillo de los
congresistas. Son recursos de los mismos
impuestos que pagan los contribuyentes.
El congresista no está para sacar
partidas y mantener la clientela electoral. El congresista está para producir
leyes a favor del pueblo. Hacer control
político a los gobernantes. Recoger las inquietudes de la población y hacerlas
acción y solución.
Es falsario, el congresista que espera
recibir favores y respaldos por tramitar partidas para los barrios con los que
crea su pérfida clientela. Son vividores
inescrupulosos de las necesidades públicas. Sujetos vergonzantes, cínicos, vividores de la política y embaucadores de
gente crédula y necesitada.
Es una verdad a gritos que se enriquecen escandalosamente con las coimas de la contratación. Los noticieros lo publican todos los días. Y, por otro lado, posan de benefactores con los ancianos, como el “papagayo” en Facatativá, de los cuales está podrido el congreso. Es hora de pasarles factura a estos torvos mercaderes de la política.
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